De placeres, de culpables y de placeres culpables
Descubrir que uno de nuestros artistas preferidos está muy lejos de ser un ciudadano modelo nos pone en un compromiso.
Una de las expresiones más desacertadas que se utilizan en los círculos musicales es esa de placer culpable. Nunca entendí dónde está la culpabilidad en el hecho de que te guste una canción por muy mala, conocida o alejada de tus gustos que sea. Son dos palabras que se suelen utilizar para hacer referencia a artistas o canciones que nos daría vergüenza admitir públicamente que nos gustan. Como si pudiéramos tener un control absolutamente racional sobre lo que nos hace disfrutar y lo que no, cumplimos penitencia por algo que realmente escapa de nuestro control. Y con todo, es verdad que esa culpa no es de las canciones ni de los artistas, sino solo nuestra. Pero no por escucharlas, sino porque lo único que nos impide admitir públicamente que nos causan placer es nuestro propio prejuicio. Sin ese prejuicio, vernos disfrutando de esas canciones y artistas no tendría nada de culpable ni vergonzoso. Entonces, las canciones y los artistas no pueden ser placeres culpables: los únicos culpables somos nosotros, pero no de nuestros gustos sino de nuestros prejuicios.
Hay otros casos, sin embargo, para los que sí parece más apropiada la expresión. Los casos que sí dan pie a una reflexión más racional sobre si deberíamos o no disfrutar de ciertas canciones o artistas. Me refiero, como imaginas, a los casos de autores que han protagonizado o llevado a cabo actos reprochables. Esos casos que quedan ya fuera de las fronteras del prejuicio, pues el juicio ya está hecho y el veredicto es, efectivamente, culpable. ¿Qué hacemos cuando uno de nuestros artistas preferidos resulta ser un trozo de mierda?
Vaya por delante que esta no es una reflexión sobre si se puede separar la obra del autor, debate oportuno en casos de artistas que ya son controvertidos de antemano. Por ejemplo, excluyo de esta reflexión a bandas con temática y adscripción explícitamente fascista. Ese tipo de bandas no hacen absolutamente nada por ocultar lo que son y si alguien las escucha es porque este detalle no le ha resultado relevante, lo cual dice mucho de una persona. No me refiero a estos casos. En los próximos párrafos va a haber claros y oscuros, opiniones discutibles, líneas borrosas y mucho de sensaciones personales, pero nada justifica escuchar a fascistas. Esto va de caerse del guindo.
Escribo esto hoy, 22 de noviembre de 2024, cuando sale a la calle un nuevo álbum de Marilyn Manson que no pienso escuchar. Este es uno de los casos a los que me refería antes. Sonadas han sido en estos últimos años las acusaciones contra su persona de varias mujeres, la más conocida su expareja Evan Rachel Wood. No es el único. En los últimos años hemos visto saltar a la prensa los nombres de muchas celebridades del mundo de la música alternativa por distintos escándalos, algunos más graves que otros: Dave Grohl, Tim Lambesis, Till Lindemann, Ronnie Radke, Ian Watkins, Jesse Lacey, Alexis Marshall, Scott Kelly… La lista es larga y en continuo crecimiento y casi todos siguen por ahí como si nada, porque ya sabemos que eso de la cultura de la cancelación es un invento de la derecha que solo ha servido para que señoros se paseen por los platós de televisión asegurando que ya no se puede hablar de nada.
De entre todos esos casos, el de Marilyn Manson es el que me toca, digamos, más de cerca. Fue mi artista favorito durante los más tiernos años de mi adolescencia. Entre mis 13 y mis 17 años, todo lo que giraba alrededor de su figura me fascinaba. No solo escuchaba sus discos con admiración total. Me identificaba tanto con su visión del mundo como con su manera de expresarla, ya fuera a través de su música, sus entrevistas o sus videoclips. Hasta bien entrada mi veintena seguí respetándole mucho como artista pese a que sus discos empezaron a resultarme menos interesantes.
Fue mucho después cuando empezó a brotar el chorro de casos y acusaciones de maltrato y agresiones sexuales por los que Brian Warner, que se llama la criatura, ha salido indemne en todos los procesos judiciales en su contra hasta ahora. Otorguémosle pues la debida presunción de inocencia, aunque sea por un tema legal. Pero ya sabemos cómo funciona este sistema y el tipo de cartas marcadas con que las celebridades juegan a esto. Mi juicio, no solo tras ver ‘Phoenix Rising’ sino también por lo que el propio personaje ha proyectado desde que saltó a la fama, está visto para sentencia. Tengo claro que ni Brian Warner ni ninguno de los nombres enumerados más arriba son trigo limpio.
Todo esto, obviamente, me generó un problema porque la visión artística de esa persona me marcó de una manera profundísima. No es solo que pueda recitar de memoria las letras de sus cuatro primeros discos íntegramente. Con el paso del tiempo, me resultaría imposible distinguir las maneras en las que su figura me ha influido o qué impacto ha tenido en mi personalidad, pero es innegable que está ahí. Fue prácticamente mi guía espiritual en aquellos años en los que era el raro de la clase en el instituto. Siempre he dicho que la mejor música no es la que escuchas, sino la que te escucha. A mí la música de Marilyn Manson me escuchaba, y vaya si necesitaba que alguien me escuchase en una época en la que apenas tenía amigos o el cariño de mi familia. Era una parte importantísima de mi vida y es obvio que tuvo una enorme influencia en el desarrollo de mi manera no solo de disfrutar de la música, sino de enfrentarme a la vida. Marilyn Manson es mucho más que un grupo que me gustaba: es una parte no menor de lo que soy.
¿Cómo me deshago de todo eso ahora que sé que ese tipo era una farsa, que era una de las encarnaciones de ese mal contra el que supuestamente se rebelaba? No, ¡nos rebelábamos! Es un exorcismo imposible. ¿Cómo voy a sacar de mí todo lo que me inspiró, para bien o para mal? ¿Cómo voy a dejar de verme reflejado en ‘Disassociative’, ‘The Nobodies’ o ‘The Beautiful People’? Y, sobre todo, ¿cómo me obligo a olvidar las canciones que me sirvieron para superar algunos de los momentos más duros de mi vida? De nuevo, un ejercicio de amnesia totalmente fútil. Porque ni siquiera se trata de si puedo. ¿Acaso debo? ¿Acaso quiero?
El caso de Marilyn Manson es el que más me incomoda, pero no es el único ni será el último. Estoy completamente seguro de que mientras lees estas líneas se te han ocurrido otros nombres con los que te ha pasado exactamente lo mismo, o varios, y que también te has enfrentado a estos dilemas. ¿Debería dejar de disfrutar de su obra como hasta ahora? ¿Es moralmente correcto? ¿Soy peor persona si lo hago? Ahí es donde volvemos al principio, a ese concepto tan cristiano: a la culpa.
Creo sinceramente que las respuestas a cada una de estas preguntas las debe encontrar cada cual en un ejercicio de introspección en la más absoluta intimidad. Pero, como si mi sacrificio sirviera para redimiros de todos vuestros pecados (sí, llevo dos meses con este blog y ya me estoy comparando con Jesucristo), voy a compartir abiertamente el resultado de mi propio ejercicio. Porque sí, sigo escuchando a Marilyn Manson. Y a Brand New. Y a Rammstein. Y no, no me siento culpable.
Todo el tema de Manson me dejó en shock y durante muchos años quise alejarme de todo lo que tuviera que ver con él, incluida, por supuesto, su música. Incluso ahora, como dije arriba, me niego a escuchar su nuevo disco. No me apetece después de saber lo que sé. Pero esas canciones que me han acompañado durante casi toda mi vida son a estas alturas tan mías como suyas y ese bastardo no tiene ningún derecho a quitármelas. Ni las canciones ni lo que me hacen sentir. Ni cómo me hacen sentir. ni los recuerdos que me traen de vuelta. Porque esas canciones no tienen culpa de nada. Y, al contrario que con esos falsos placeres culpables que se basan en prejuicios, yo tampoco. El único culpable de ser un mierda es él. Yo no pienso pagar la multa.
Como digo, esto es totalmente personal. Habrá a quien el puro asco, rechazo o repulsión que le produce el tipo le impida por completo volver a disfrutar de su música, de su voz o de lo que sea. Es normal y comprensible. Durante años, yo no fui capaz de escuchar ese verso de ‘You Won’t Know’ donde Jesse Lacey canta ‘your daughters weren’t careful’. Pero es que es una canción increíble y, aunque no tengo por qué perdonar los desmanes de su autor, no sé por qué no voy a poder aplicar una amnistía a una de mis canciones preferidas de siempre. Nadie me lo impide. Y creo que ahí está la clave.
Estos son los verdaderos placeres culpables de los que podemos permitirnos avergonzarnos. No tengo necesidad ni obligación de decirle a nadie que escucho a esta gente, y tú tampoco. Lo he decidido conscientemente para ponerme como ejemplo. No me da ninguna vergüenza ni me incomoda admitir que escucho a menudo ‘J’en ai marre’ de Alizée o que me flipa ‘Satellite’, la canción con la que la alemana Lena ganó Eurovisión en 2010. Pero nadie tiene por qué enterarse de que escucho a Manson, o a Brand New, o a Rammstein como si no hubiera pasado nada.
Porque, en mi caso, los sigo escuchando por una cuestión egoísta de no querer prescindir de esas canciones que significan tanto para mí, pero de ninguna manera ello implica mi perdón o mi absolución ni mucho menos mi apoyo. Porque ese silencio no es por la vergüenza de escuchar la música de unos cabrones, sino precisamente por la decisión consciente de no ser prescriptor suyo. De esta manera, me cuido de no escuchar sus canciones en medios que les reporten royalties y que me aspen si me encuentran en alguno de sus conciertos o portando algo de su merch o escribiendo una sola palabra positiva sobre ellos. El repudio a esas personas sigue ahí hasta las últimas consecuencias mientras no muestren su arrepentimiento ni reparen el daño causado. Perdono a las canciones y a mí mismo por no haberme dado cuenta antes de su calaña, no a ellos. Jamás permitiré que saquen tajada por medio de mí.
Lo diré una última vez: cada persona es un mundo, especialmente cuando hablamos de sentimientos y esta es una cuestión evidentemente emocional, así que no soy nadie para juzgar dónde pone la línea roja cada cual ni mucho menos para establecer ningún criterio que seguir. Solo espero que mi ejemplo le sirva a alguien para poner en orden esos sentimientos o ayudarle para sacar algunas conclusiones. Yo, por mi parte, lo tengo claro: los culpables tienen nombres y apellidos y en mi placer solo mando yo.