Deshojando la amapola: ¿quién es Poppy?
¿Cómo pasó una cantante pop a ser una de las figuras más prometedoras del metal actual?
Una chica rubia de tez impoluta y aspecto juvenil mira fijamente a cámara y dice: “Soy Poppy”. Lo dice una y otra vez, en distintos planos sobre un fondo blanco y con un filtro difuso. El vídeo prosigue y ella no deja de repetir la misma frase: “Soy Poppy”. Distintas entonaciones, distintos encuadres, pero siempre las mismas palabras. “Soy Poppy”. Cuando el vídeo termina, lo único que tenemos claro es una cosa. Ella es Poppy. El resto es una incógnita. ¿Quién demonios es Poppy? ¿Y qué quiere de nosotros?
Estas mismas preguntas obsesionaron a miles de personas hace ahora una década. Decenas de foros y comunidades virtuales se dedicaron en exclusiva a intentar desentrañar uno de los fenómenos virales más misteriosos de la historia de la red de redes: el de una chica que subía, casi a diario, un vídeo de apenas un minuto en el que llevaba a cabo actividades de lo más variopintas. Comer algodón de azúcar, entrevistar a una planta, mostrar a un perro, maquillarse… o sencillamente reflexionar, con un tono tan cándido como inquietante, sobre cómo todo el mundo es aburrido, sobre la gravedad o sobre las diferencias entre el iPhone 5 y el iPhone 6. Lo que nunca cambiaba era el tono de su voz estilo ASMR, el hilo musical perturbador, los fondos planos en colores pastel y ese aura a medio camino entre Andy Warhol y David Lynch que lo impregnaba todo.
Entrar en su canal suponía para muchos entrar en una espiral de visualización compulsiva y, con el paso del tiempo, la necesidad de llegar hasta el fondo del misterio llegó incluso a cabeceras como The Guardian, Wired o Vanity Fair. ¿Quién era Poppy? En teoría, Poppy era un ente emanado de las entrañas de la red de redes y personificado en una joven rubia con un canal de YouTube. Una manifestación digital de los deseos del público de internet. Poppy existía porque la necesitábamos y una serie de unos y ceros se asociaron para saciar esa ansia. Pero sus fans, las poppy seeds, empezaron pronto a elaborar conjeturas propias que ella misma se encargaba de alimentar, como que era parte de una secta. Incluso incorporó a sus vídeos a un segundo personaje, Charlotte, un maniquí de voz robótica con peluca que le hacía de antagonista y llegó a asegurar que había descubierto su secreto.
Ha nacido una estrella… de internet
Meses después de la apertura de su exitoso canal de YouTube, la publicación del vídeo de su primer single ‘Everybody Wants to Be Poppy’ empezó a despejar las dudas sobre de qué iba todo aquello: una elaborada campaña para lanzarla como artista. Como muchos otros jóvenes de su generación, Poppy había visto en YouTube una manera de darse a conocer al público, solo que dándole a esta estrategia una vuelta de tuerca: debutó con una canción propia cuando ya se había hecho tremendamente conocida, lo que le propició un éxito inmediato. Aunque nada de esto habría sido posible sin su colaborador y entonces pareja, Titanic Sinclair.
Es precisamente este hombre, cuyo nombre real es Corey Michael Mixter, quien sirvió a la comunidad ansiosa de respuestas para empezar a tirar del hilo. El propio Sinclair tenía su propio canal de YouTube, en el que publicaba vídeos que recordaban mucho al estilo utilizado en los de Poppy. Pero era aún más esclarecedor el hecho de haber sido colaborador artístico de su anterior pareja en un proyecto tremendamente similar. Las piezas empezaban a encajar.
Igual que Poppy, Mars Argo (de nombre Brittany Alexandria Sheets) perseguía una carrera en la música y para ello construyó junto a Sinclair un personaje que se valía de YouTube para generar atención mediante un videoblog satírico sobre tecnología y sociedad. El canal, también de corte experimental, tuvo cierto éxito y uno de sus temas, ‘Using You’, acumuló más de 25 millones de visualizaciones. Las similitudes entre ambos proyectos son tales que, años después, la propia Mars Argo denunciaría a la pareja por haberle robado la idea.
La colaboración fue ciertamente productiva. Sinclair encontró en Poppy a su nueva musa para seguir perfeccionando su idea, la de lanzar a una nueva estrella del pop mediante una estrategia de marketing digital a medio camino entre el experimento social y el proyecto de arte conceptual. Unido al talento y la ambición de la cantante, capaz de seguir interpretando a su personaje si fisuras en cualquier aparición pública, el concepto fue un éxito rotundo: ‘Lowlife’, el single de su primer EP ‘Bubblebath’ (Island, 2016), tiene más de 70 millones reproducciones. Y no por puro marketing: hay que reconocer que se trata de un reggae-pop infeccioso y pegadizo como él solo.
Sin embargo, Poppy se desvelaría pronto como una artista pop bastante inusual. Siendo aún bastante desconocida para el público fuera de los círculos de internet, su contrato con Island se extinguió y su carrera tomaría extraños vericuetos. Ese mismo año, por ejemplo, publicaría ‘3:36 (Music to Sleep To)’ (autoeditado, 2016), un disco de ambient compuesto con la ayuda de expertos en polisomnografía, un tipo de estudios del sueño. Tras algunas apariciones en televisión, al año siguiente sale su segundo álbum pop, Poppy.Computer (Mad Decent, 2017), que si bien no recibió buenas críticas le permitió demostrar que lo suyo iba en serio. También editó un libro, ‘The Gospel of Poppy’, que era básicamente una versión escrita de los vídeos que seguía subiendo a su canal con tramas cada vez más retorcidas. Pero no fue hasta 2018 cuando su nombre empezó a sonar en un circuito, en principio, completamente ajeno para ella.
Paint her black
“Lo último que escuché de Poppy fue ‘Lowlife’ y ahora estoy en puto shock”. Es el primer comentario que se puede leer en el vídeo de ‘X’, uno de los singles extraídos de su siguiente lanzamiento ‘Am I a Girl?‘ (Mad Decent, 2018), y no es para menos. En él, nuestra protagonista pasa en cuestión de segundos de cantar una tonada happy flower junto a sus amigos hippies en un soleado parque a estar cubierta de sangre en medio de una orgía de riffs metaleros. El disco seguía los derroteros pop habituales de su carrera, pero los tres últimos temas guardaban una sorpresa.
La canción que daba título a la obra, otra llamada ‘Play Destroy’ en colaboración con la diva del cringe Grimes y la mencionada ‘X’ cerraban el disco en un tono muy distinto al resto del álbum. Aquí los sintetizadores cedían su protagonismo a riffs de guitarra eléctrica y las letras se volvían más retorcidas. ‘Am I a Girl?’ tuvo de nuevo una recepción tibia a pesar de algún tema notable como ‘Time Is Up’ junto a Diplo, pero esas tres canciones la pusieron de repente en el radar del público alternativo. No solo por lo insólito de incluir ese tipo de sonidos en un disco de pop, sino porque además eran las canciones más interesantes del conjunto.
Mientras tanto, el culto a su alrededor se seguía expandiendo. Se editaron novelas gráficas sobre su vida (o más bien la de su personaje), protagonizó un espectáculo de realidad aumentada y produjo otro disco de ambient, ‘I C U (Music to Read To)’ (Z2, 2018). Tuvo tiempo también de protagonizar un beef con Grimes, anterior colaboradora, a cuyo equipo calificó de “autoproclamadas feministas” después de que la ex de Elon Musk la acusara de filtrar una canción que habían compuesto juntas. Es quizá la única polémica que se le recuerda, pero también una muestra de cómo cada vez resultaba más difícil pretender que Poppy no existía fuera de la red.
De hecho, a esas alturas ya se conocía que Poppy se llamaba en realidad Moriah Rose Pereira. Se rumoreaba que había nacido en Massachussets y pasó un tiempo viviendo en Nashville antes de trasladarse a Los Angeles, donde conocería a Titanic Sinclair. También salió a la luz que había tenido anteriormente otros dos canales de YouTube que fueron borrados junto con todo su contenido antes de poner en marcha el que todo el mundo conoce. Pero ni siquiera constatar que Poppy tenía un pasado tan humano terminó de disipar el halo de misterio que aún la cubría.
Su siguiente lanzamiento, el EP ‘Choke’ (Mad Decent, 2019), profundizaba en la oscuridad del final de su anterior álbum con un estilo industrial que muestra una mayor madurez compositiva. También incluía su primera canción propiamente metal, una colaboración con Fever 333 (‘Scary Mask’) en la que se atreve por primera vez con los guturales. Poppy parecía haber apagado la luz del pop y su siguiente álbum lo confirmaría: ‘I Disagree’ (Sumerian, 2020) es hasta la fecha su trabajo más conocido y reconocido y es íntegramente un ejercicio de metal alternativo, más que digno por cierto. Pero algo llevaba varios meses preocupando a sus poppy seeds: sus vídeos estaban volviéndose cada vez más oscuros y ella misma ha reconocido posteriormente que puede que sus fans se dieran cuenta antes que ella de que algo no iba bien.
Efectivamente, la salida del disco coincidió con uno de los pocos momentos en que la parte más humana de Poppy ha salido a relucir, justo después de anunciar su ruptura, tanto en lo artístico como en lo personal, con Titanic Sinclair. Pese a su característica resistencia a comentar cualquier aspecto relacionado con su vida privada, con el tiempo fue contando cómo hubo un momento en que empezó a sentirse manipulada por un hombre que la solía chantajear amenazando con suicidarse y otras actitudes tóxicas que sospecha que ya practicaba con Mars Argo. Dolida por la idea asentada en parte del público de que era una especie de marioneta a las órdenes de Sinclair, la artista apunta a que algunas de las partes más duras de ‘I Disagree’ hacen referencia directa a su relación e insinúa que la oscuridad que su música y sus vídeos habían adquirido podría interpretarse como una llamada de socorro.
Desde entonces, Poppy lleva en solitario las riendas de su extravagante carrera y la verdad es que no ha parado. Durante la pandemia editó un disco experimental de puro noise (‘Music to Scream To’, Sumerian, 2020) y otro de música navideña (‘A Very Poppy Christmas’, Sumerian, 2020). También ha prestado su música para el evento de lucha libre WWE NXT, lo que se materializó en un EP (‘EAT’, Sumerian, 2021) el mismo año que salió su cuarto álbum, un ‘Flux’ (Sumerian, 2021) en clave de rock alternativo bastante recomendable. Luego, un nuevo EP en clave rockera (‘Stagger’, Republic, 2022) supondría un regreso puntual a las grandes discográficas antes de volver al pop momentáneamente en su último disco hasta la fecha, el prescindible ‘Zig’ (Sumerian, 2023). Por el camino, ha ido editando en forma de singles algunas buenas versiones de temas de Jack Off Jill, Kittie o el mítico ‘All the Things You Said’ de las rusas t.A.T.u.
La mujer detrás de la pantalla
A día de hoy, el misterio está casi resuelto. Ahora sabemos que en su adolescencia Moriah era una chica muy tímida. Se solían meter con ella por callada y por flaca hasta el punto de que tuvo que dejar la escuela para terminar sus estudios en casa, una casa que abandonó muy joven. Pronto empezó a subir versiones de sus canciones favoritas a YouTube con la esperanza de llegar a ser una cantante famosa. Circulan aún un par de canciones originales suyas de aquella época (‘Doesn’t Have to Mean I’m Wrong’ y ‘What If I’) que me gustan no tanto por su calidad, sino por la calidez que desprenden, la de una chica normal con un inmenso amor por la música. Entonces se cruzó con Titanic Sinclair y borró todo rastro de su pasado. Adiós, Moriah Rose Pereira. Hola, Poppy.
Lejos queda ya la imagen de aquella inocente chica rubia que volvía tarumbas a los internautas con preguntas trascendentales desde algún inexpugnable rincón del ciberespacio. Con los años, sus entrevistas crípticas en las que medía al milímetro cada palabra de sus respuestas para no salirse del personaje han ido dejando paso a un discurso más natural cuyas rendijas dejan entrever cómo es la persona. Sin embargo, el concepto que sustenta a Poppy sigue muy latente en su imagen pública.
Porque, en el fondo, ese interés por mantener su identidad en secreto y su esfuerzo constante a la hora de esconder sus verdaderos sentimientos y opiniones nunca fueron parte de una estrategia de marketing ni una manera de no meterse en polémicas, sino el mismo núcleo de su mensaje: que, en realidad, no necesitamos saberlo todo. Contrariamente a lo que se pueda pensar por cómo ha sido su carrera, Poppy es muy crítica con la tecnología y cree que, si bien internet y las redes sociales trajeron cosas buenas al principio, se han ido convirtiendo en un peligro para las personas, especialmente en lo que tiene que ver con la privacidad y la seguridad.
Su personaje ha sido erróneamente confundido con una forma de llamar la atención a toda costa. Pero su voz exageradamente aguda, su sonrisa perpetua y su negativa a contestar preguntas personales responden a la idea de que los artistas existen para entretenernos y nada más. Que no necesitamos saber dónde nacieron, cómo se criaron, de qué equipo son o qué opinan sobre la política. La música pop no es más que una distracción y Poppy siempre lo ha tenido claro, tal como afirmaba en uno de sus vídeos: “Mi misión es crear contenido de calidad para mis fans”.
Toda su carrera no es más que una parodia de una cultura pop que no es más que un inmenso escaparate. Poppy abraza esa superficialidad hasta las últimas consecuencias. En una entrevista, la presentadora le pregunta si esa típica voz suya es una “voz especial para su personaje”. “¿No, y la tuya?”, responde, y a la presentadora no le queda más remedio que reconocer que sí, que efectivamente ella también usa una “voz de tele”. Ahí está la clave: todos usamos máscaras. Ella simplemente hace la suya evidente para todo el mundo.
Si incluso la autenticidad se puede fingir, ¿qué significa exactamente? Quizá no haya nada más auténtico que explicar el truco desde el principio. En el fondo, esa actitud a medio camino entre un robot y un extraterrestre es su manera más sincera de decir que en el mundo del espectáculo todo es artificial y está bien que lo sea mientras seamos conscientes de ello. O puede que, simplemente, sea de verdad muy tímida. Qué importa ahora que la única respuesta correcta a la pregunta de quién es Poppy es ”qué más da”. Escucha y disfruta.
Poppy no es una estrella del pop al uso y tampoco quiere serlo. Se confunden quienes la ven como un producto vacío. Ha pasado prácticamente toda su carrera al margen de las grandes discográficas y ha hecho siempre lo que le ha venido en gana. Quizá podría haberse hecho millonaria vendiendo su voz y su imagen a una multinacional, pero ha preferido sacar discos de rock en un sello independiente porque es lo que quiere. Este año ha colaborado con Knocked Loose y Bad Omens en dos temas magníficos y los dos adelantos del disco que publicará en noviembre (‘Negative Spaces’, Sumerian, 2024) lo convierten en uno de los más esperados del año.
Hasta entonces, y si bien hay que admitir que la suya es una carrera bastante inconsistente llena de altibajos, no es mala idea ir allanando el terreno recordando sus mejores temas, que los tiene y muy buenos. Así pues, aquí va una pequeña playlist con lo mejor de su discografía en orden cronológico que permite ver su evolución a lo largo de los años.