Linkin Park: demasiado grandes para caer
Ni la falta de Chester ni las polémicas en torno a su regreso tendrán impacto alguno en el estatus de la banda.
Too big to fail fue una frase con la que nos familiarizamos durante la Gran Recesión, esa crisis económica de la que no voy a hablar porque es de sobra conocida y tristemente cercana. En aquel 2008, que parece hace ya un siglo, se decía que había ciertas empresas que eran demasiado grandes como para dejarlas caer, pues las consecuencias serían desastrosas. Y vaya si lo fueron. El caso es que esa expresión me ronda la cabeza, aunque con un sentido ligeramente distinto, desde que Linkin Park anunciaran su regreso con nueva vocalista y nuevo disco. La pregunta es obvia: ¿conseguirán repetir el éxito que tuvieron con Chester o se estrellarán con todo el equipo? Mi respuesta es que son demasiado grandes para caer en el sentido de que, pase lo que pase, su estatus de banda gigantesca no va a cambiar.
La fórmula de la Coca-Cola
Nos guste o no, el éxito de la banda a principios de siglo era inevitable. Si nos detenemos a analizarla en detalle, es impepinable que una propuesta como la suya tenía que ser el caramelito por el que cualquier sello se habría partido la cara en aquellos años. Eso si diéramos por hecho el buen ojo de las discográficas, claro, porque en sus inicios les costó dios y ayuda conseguir un contrato. Warner incluso intentó por todos los medios darle la patada a Mike Shinoda cuando ya les tenían fichados porque no les convencía su mezcla de rock y rap. Un alarde de miopía inigualable. Solo la negativa de Chester Bennington evitó su salida y el resto es historia.
Sé que es muy fácil hablar a toro pasado, pero es algo que llevo pensando desde el día mismo que bajé a la tienda Tipo de mi barrio (cómo la echo de menos) a comprar Hybrid Theory (Warner, 2000) literalmente segundos después de ver en televisión el videoclip de ‘One Step Closer’. Mi cerebro de 14 años metabolizó esa canción como un chute de fentanilo. No es difícil entender por qué. Esa banda tenía todo lo que estaba de moda en aquel año 2000:
El metal alternativo hasta arriba de groove de grupos como Korn o Deftones
El deje comercial del post-grunge que saturaba las radios de la época con bandas como Nickelback y Staind
El rap de blancos representado por el entonces omnipresente Eminem, pero también Fred Durst de Limp Bizkit
Los detalles sintetizados tomados del Big Beat de Fatboy Slim, Chemical Brothers o la banda electrónica preferida de todo metalhead: The Prodigy
Una estética más cercana a la de boy bands como NSYNC o Backstreet Boys que a la que se presuponía de una banda de metal
La fórmula parecía ideada en el laboratorio de un científico loco con planes de dominación mundial. Ni que decir tiene que hubo advenedizos como Crazy Town que trataron de copiarla sin mucho éxito. Ese sonido ya tenía unos dueños que lo habían refinado hasta la perfección con la inestimable ayuda de Don Gilmore, uno de esos productores-compositores típicos de la época que, como suele explicar Rick Beato, las discográficas contrataban para garantizar que sus apuestas fueran sobre seguro. Solo hay que escuchar las demos del disco para comprobar que el hombre metió mano en aquellas canciones, y con bastante acierto. Por supuesto, Hybrid Theory la rompió de tal manera que no ha vuelto a aparecer un disco capaz de vender más copias. En pocos meses, Linkin Park se convirtió en la banda definitiva del momento, quizá el último gran fenómeno de masas que ha producido una música rock relegada hoy a un rincón oscuro del mainstream.
Su continuación, Meteora (Warner, 2003), aún funcionó bastante bien, pero el resto de su carrera estaría marcada por los altibajos. Los cuatro años hasta Minutes to Midnight (Warner, 2007) pesaron demasiado y el género conocido como nu metal, que ayudaron a popularizar como ninguna otra banda, ya estaba pasado de moda. Pese a ello, y a haber entregado desde entonces una serie de discos de calidad cuestionable, no parecen haber tenido problemas para retener a su inmensa base de fans. Y eso es, quizá, lo que más impresiona.
Manual de resiliencia
Hagamos flash forward diez años adelante, hasta aquel fatídico 20 de julio de 2017 en el que el vocalista Chester Bennington decidió ahorcarse para acabar con su vida coincidiendo con el cumpleaños de su gran amigo Chris Cornell (Soundgarden, Audioslave, Temple of the Dog), que había hecho lo propio en mayo de ese mismo año. La noticia fue tan inesperada como impactante: tan solo un mes antes, tuve delante a Chester actuando con Linkin Park en la primera de las tres ediciones del Download Festival que se celebraron en Madrid. Fue la única vez que alcancé a verles en directo.
En aquel concierto me sentí, a ratos, desubicado. Aunque disfruté mucho con canciones de sus dos primeros discos como ‘Faint’, que dejaron para el final y puso aquello patas arriba, o una emotiva versión a piano de ‘Crawling’, no pude conectar con las más nuevas. Lo cierto es que muchas de ellas ni siquiera me sonaban. Les había perdido la pista pronto, con su tercer álbum, porque yo estaba ya a otras cosas que no tenían nada que ver con el nu metal y mucho menos la radiofórmula a la que parecían querer apuntarse. Mis gustos e intereses habían cambiado, los suyos aparentemente también y Linkin Park ya no eran más que un recuerdo de juventud, un grupo del que escuchar por curiosidad sus nuevos lanzamientos con más nostalgia que entusiasmo.
Durante años pensé que esa indiferencia hacia la banda estaba muy extendida. En los círculos interneteros que frecuentaba no se hablaba mucho de ellos, apenas cuando sacaban un nuevo disco, y no precisamente bien. Daba por hecho que habían conservado una pequeña parte de la enorme fanaticada que habían cosechado al principio de su carrera y que eso les valía para seguir tirando. Hasta que, días después de la muerte de Chester, quise documentarme un poco para dedicarles un pequeño obituario y comprobé lo equivocado que estaba.
La realidad era que el público de Linkin Park no había hecho más que crecer. Con esos discos de corte más pop que a mí nunca me interesaron consiguieron millones de nuevos fans de los que yo, como buen outsider, no tenía noticia. Resultó que en aquel momento eran la banda de rock con más suscriptores en YouTube y la más seguida en Facebook. No lo voy a comprobar, pero me extrañaría que eso haya cambiado mucho en estos siete años. El otro día me crucé con este ranking de artistas con más oyentes mensuales en Spotify y, al momento de escribir estas líneas, serían el segundo grupo de rock de la lista si aceptáramos que Imagine Dragons cualifica como tal.
De entre todos sus coetáneos, jamás habría apostado por que precisamente ellos seguirían siendo inmensamente populares dos décadas después. Su música, producto de un momento cultural tan concreto, era en teoría la más vulnerable a cualquier mínimo cambio en los gustos del público. Pero consiguieron adaptarse y no solo encontraron un sonido que les permitía seguir jugando en las grandes ligas del mainstream, sino que supieron mantenerse en ellas con comodidad. Aquella banda que parecía una moda pasajera ha conseguido sobrevivir a todas las modas. Hay que reconocerles, como mínimo, el instinto de supervivencia.
YES, BUT
Tras siete años de silencio desde la muerte de Chester, Linkin Park se encuentran otra vez en la cresta de la ola tras anunciar su regreso con nueva vocalista, nueva gira y nuevo álbum en camino: From Zero, que saldrá en noviembre. Un título que da pistas sobre la intención de la banda de dejar atrás el pasado e inaugurar una nueva etapa. Están en su derecho y aplaudo que no se hayan conformado con volver a juntarse solo para girar y vivir de las rentas de lo que hicieron junto a Chester. La decisión de que su puesto lo herede una mujer, Emily Armstrong de Dead Sara, me parece muy valiente por su parte. Sin embargo, esta vuelta no está exenta de polémicas.
Para empezar, el entorno de Chester no está lo que se dice contento con cómo se ha producido la reunión. Tanto la esposa como uno de los hijos del cantante han criticado en público a Mike Shinoda por haber vuelto a poner en marcha la maquinaria sin avisarles, cosa que aseguran que se les había prometido. Es cierto que Chester no era uno de los miembros fundadores de la banda (llegó el último, cuando aún se hacían llamar Xero y habían prescindido ya de un vocalista anterior), pero habría sido un detalle informar a los familiares de su compañero fallecido de que iba a continuar con el proyecto. Entre otras cosas, son los herederos de los derechos de la música que hicieron juntos.
Otra fuente de críticas es precisamente Emily Armstrong, la flamante vocalista. Dejando de lado que, lógicamente, el sonido de la banda cambiará con ella (reconocen que hasta han tenido que modificar el tono de temas antiguos para acomodar su voz), su pasado ha suscitado cierta polémica. Cedric Bixler, cantante de The Mars Volta y At the Drive-In (¿has leído lo que escribí sobre ellos?), se pilló un buen rebote cuando se enteró de que Armstrong iba a ser la nueva voz de Linkin Park. La acusa de ser miembro de la iglesia de la Cienciología y de haber participado en el acoso a las víctimas del actor Danny Masterson durante el juicio en el que se le condenó a treinta años de cárcel por dos cargos de violación en 2020. A Cedric esta historia le toca de cerca por que su mujer, Chrissie, fue una de las denunciantes (su caso se desestimó) y el matrimonio, al igual que el actor, fue parte del culto.
Un inciso: Chester Bennington era un tío cojonudo. Sé que es un cliché decir que alguien que se ha muerto era muy buena persona y bla, bla. Aun así, quiero insistir. Su esposa, sus hijos, sus amigos, sus compañeros… toda la escena coincide en que Chester era un hombre que se hacía querer por todo el mundo. Esto es una tontería, lo sé, pero el hecho de que Chris Cornell, otro grande, fuera uno de sus mejores amigos me parece significativo. Su amistad es un símbolo de camaradería y compañerismo en un mundillo a menudo tan lamentablemente manchado por el ego. Que personas así acaben quitándose de en medio mientras auténticos mierdasecas se aprovechan del estatus que tienen en la escena para cometer atrocidades con total impunidad me entristece y me cabrea.
No es exactamente el mejor homenaje a su memoria reemplazarle sin tener al menos la deferencia de informar a su familia. Y mucho menos si su sustituta es una persona con un pasado turbio (Emily Armstrong emitió un comunicado en el que se disculpaba por los hechos antes mencionados sin negarlos). Chester fue víctima de abusos cuando era niño y estuvo involucrado durante años en causas benéficas y campañas de concienciación. Que su puesto lo ocupe ahora una persona que presuntamente (no lo ha desmentido) pertenece a una secta que encubre casos de violación y abuso no es muy estético. Puede que algún día el exbatería Rob Bourdon, relevado por Colin Brittain, explique los motivos por los que ha declinado participar en esta nueva etapa.
Inmunidad adquirida
La polémica, sin embargo, no parece haberle hecho ningún daño a la banda. Aunque los medios se han hecho eco de todas estas controversias, la inmensa mayoría de los fans se han posicionado entre la indiferencia y la defensa incondicional. Tanto su vuelta a los escenarios como las dos primeras canciones que han editado con su nueva vocalista han sido recibidas con entusiasmo y su nuevo álbum, que será el octavo de su carrera, es uno de los lanzamientos más esperados del año. Por eso son demasiado grandes para caer: tienen a sus pies una inmensa red tejida por millones de seguidores alrededor del mundo.
Ni siquiera merece la pena debatir si serán capaces de hacer buena música. Por favor, estamos hablando de la banda más denostada (con permiso, quizá, de Limp Bizkit) del género más vilipendiado de toda la historia del rock. En su día, no había nadie que mencionara el término nu metal en una frase que no incluyera al menos un par de insultos. Linkin Park era, para muchos, el símbolo de todos los males que ese género del demonio había traído a la escena. Y nada de eso evitó que se generara a su alrededor un culto gigantesco.
Tampoco importó que sacaran discos incomprensibles como A Thousand Suns (Warner, 2010) o que abrazaran sin sonrojo el pop más comercial en otros como Living Things (Warner, 2012) o One More Light (Warner, 2017). De alguna manera, hicieran lo que hicieran acababan cosechando más partidarios que detractores, y eso que de estos últimos les salían a patadas. A eso se le llama inmunidad adquirida a las críticas. Llevan dos décadas aguantando el chaparrón sin despeinarse y a estas alturas nada indica que eso vaya a cambiar.
Personalmente, Emily Armstrong no me ha emocionado como vocalista y en la actuación con la que anunciaron su vuelta me parecieron una banda de tributo. Sus nuevos temas tampoco me han impresionado. ¿Pero a quién le importa eso cuando ya hacía años que su música me provocaba esos mismos sentimientos (o ausencia de ellos, más bien) antes de la muerte de Chester? Se suele decir que cambiar de cantante es uno de los retos más difíciles a los que se puede enfrentar un grupo, pero el cambio y la evolución han sido, como hemos visto, consustanciales a su carrera. Puede que la banda no sea la misma, pero en el fondo todo sigue igual y por eso no tengo ni la más mínima duda de que esta nueva etapa será tan exitosa como la anterior. Queda Linkin Park para rato.