Los 2000, el universo expandido del rock de los 90
La música de la primera década del siglo XX merece más reconocimiento del que tiene
No querría comenzar la andadura de 320kbps sin hacer, antes que nada, una pequeña declaración de intenciones. Aunque doy por hecho que ya habrás leído la sección “Acerca de” de este espacio (si no, puedes encontrarla en el encabezado de esta página o pinchando aquí), me gustaría ahondar en una de las ideas de ese texto de presentación.
Decía allí que, en mi opinión, ya existen demasiados (aunque algunos pensarán que nunca son suficientes, supongo) periodistas y creadores de contenido sobre música que centran su discurso en el ensalzamiento de décadas pasadas, especialmente del siglo XX. No es ningún secreto que la nostalgia vende y, tal como apuntaba también en aquel texto, los artistas y grupos de nuestra juventud reposan siempre sobre un altar especial dentro de nuestros gustos.
Entiendo, también, que estamos hablando de un ámbito con un potencial casi infinito. De años y años de bandas, artistas y géneros consagrados, idolatrados y asentados en el imaginario colectivo. Y de otros muchos que no tuvieron la oportunidad de brillar en su día, eclipsados por los grandes nombres de cada época. Hablamos también de larguísimas trayectorias plagadas de detalles, anécdotas y curiosidades que hacen las delicias de los fans. Ya hablemos de los Beatles o de Can, de New Order o Black Sabbath, del grunge o los new romantics; hay un público siempre dispuesto a conocer nuevas historias y nuevas canciones de los grandes nombres del siglo XX.
Por eso, siempre me pregunto: ¿qué pasa con los años 2000? Es como si el cambio de siglo dibujara una línea entre los considerados clásicos imperecederos y las moderneces con fecha de caducidad. Recuerdo perfectamente que a finales de los 90 muchas bandas de los 70 y los 80 (es decir, de quince o veinte años antes) ya eran consideradas legendarias. Pero, si el calendario no me falla, llevamos ya 24 años, prácticamente la cuarta parte, y aún parece haber cierta reticencia a aceptar a bandas de este siglo en el olimpo de los intocables. ¿Quién y por qué decidió que era hora de cerrar la puerta y tirar las llaves?
Bien es cierto que no está siendo precisamente un buen siglo para el rock. Y no por falta de calidad, como me propongo demostrar con este espacio. Es la coyuntura la que es terriblemente adversa. Se podría argumentar que, sencillamente, ha pasado de moda. Y aunque eso es evidente, quizá más interesante que constatar la realidad es dilucidar las causas. Estoy seguro de que muchas entradas futuras me darán pie a hablar largo y tendido sobre estos motivos, así que ahora no me extenderé mucho. Baste, de momento, decir que deshacerse de las bandas de rock ha sido una decisión consciente y muy conveniente para la industria discográfica.

Tampoco es que el panorama musical de principios de los 2000 ayudara a poner a las bandas de rock de la época en valor. Entramos en el siglo XXI en pleno apogeo del nu metal, un género denostado en su día por los que, solo unos años antes, habían sido testigos de la explosión del grunge, la evolución del post-hardcore o la edad dorada del thrash metal. Las bandas más populares de rock alternativo como Muse o Coldplay eran vistas como copias baratas de otras consolidadas como Radiohead o Blur. Esta mala reputación de las bandas de rock más seguidas del momento sin duda ayudó a que estilos como el rap, el R’n’B o el reguetón empezaran a asomarse al mainstream.
En estas dos últimas décadas hemos asistido a la progresiva marginación de los sonidos del rock en las listas de éxitos y su papel en la conversación pública se ha reducido hasta un nivel testimonial. No seré yo quien se queje. Al fin y al cabo, hace ya mucho tiempo que me dejaron de interesar esas bandas que se hacían enormes y acababan engullidas por la industria, que las descafeinaba y domesticaba hasta despojarlas de todo su interés. Quizá, si grupos como los mencionados Muse, o Green Day, o Franz Ferdinand, o Limp Bizkit o alguno otro hubiera seguido sacando discos a la altura de los primeros las cosas habrían sido distintas. Ya he perdido la fe en volver a emocionarme escuchando sus canciones.
Pero fuera de los focos, en los márgenes de esa cultura de masas en la que otrora el rock era el rey, han seguido pasando cosas, muchas cosas. Y cosas interesantes. En los primeros años del siglo XX, por ejemplo, vivimos la explosión de un género como el post-rock, que nos regaló a bandas tan emocionantes como Sigur Rós o Godspeed You! Black Emperor. Asistimos al nacimiento de un post-metal que redefinió y desdibujó los límites de la música más pesada y trajo grupos increíbles como Cult of Luna o The Ocean. Del propio nu metal, tan vilipendiado y menospreciado, salieron Deftones o System of a Down. La sensibilidad emo evolucionó por caminos tan dispares que nos llevaron tanto a My Chemical Romance como a Brand New. Y de la mente de dos locos surgió un proyecto tan excitante como The Mars Volta.
Me gusta pensar en la década de los 2000 como en un universo expandido de los años 90. Quizá no surgieron tantos géneros o subestilos como en años anteriores, puede que las bandas de esta época no hayan alcanzado el nivel de popularidad de las que les precedieron. Pero si algo hicieron bien fue incorporar esas influencias pasadas para darles una nueva vida expandiendo su paleta sónica, llegando más lejos en su evolución y, sobre todo, hibridando con acierto diferentes sensibilidades, legados y conceptos para dar lugar a nuevos sonidos.
El Jane Doe de Converge. El Songs for the Deaf de Queens of the Stone Age. El Funeral de Arcade Fire. El Relationship of Command de At the Drive-In. El Elephant de The White Stripes. El Leviathan de Mastodon. El Damnation de Opeth. El Mutter de Rammstein. Discos impresionantes que solo son la punta del iceberg de unos años en los que pudiera parecer que no salió nada interesante porque no se habla tanto ni tan bien de sus autores como de los de Nevermind o Ride the Lightning.
En 320kbps quiero remediar esta injusticia histórica y poner en valor la música de este siglo, convencido como estoy de que no tiene nada que envidiar a la de cualquier otra época. Quiero hablar de las grandes bandas de nuestro tiempo, pero también de otras muchas que debieron tener más reconocimiento y nunca lo tuvieron. Quiero recordar a grupos geniales que se quedaron en el camino por haber tenido que transitar los caminos más oscuros de los extrarradios de la industria. Y, cómo no, celebrar la buena música que sigue saliendo cada día en todos los rincones del mundo dándole el merecido espacio que a menudo se le niega.